Seguro que lo has visto. Un banco precioso en un bulevar, pero con reposabrazos metálicos cada medio metro. O asientos individuales e incómodos en una parada de autobús. O incluso pequeños pinchos o superficies rugosas en el borde de un escaparate o al pie de un muro.
No son un capricho estético. Se llama diseño hostil o arquitectura hostil.
Es una estrategia deliberada para controlar cómo usamos el espacio público. Su objetivo es disuadir ciertos comportamientos: impedir que alguien se tumbe (afectando principalmente a las personas sin hogar), evitar que grupos de jóvenes se sienten juntos, o que los skaters usen un bordillo.
Son diseños que, en lugar de invitar, expulsan. En lugar de acoger, controlan.
En «Agora de Paisaje» hablamos constantemente de crear espacios para el diálogo y el encuentro. Pues bien, el diseño hostil es exactamente lo contrario. Es la privatización sutil del espacio que es de todos. Es un diseño que nos dice: «Puedes estar aquí, pero solo de la forma que yo he decidido, y solo por un tiempo limitado».
Frente a la crisis climática, necesitamos refugios climáticos. Pero frente a la crisis de soledad y la desconexión social, lo que necesitamos son refugios sociales.
Necesitamos:
- Bancos anchos y largos, sin divisiones, que inviten a la conversación o al descanso.
- Gradas y escalinatas donde sentarse al sol.
- Sombras generosas bajo las que compartir.
- Espacios que no juzguen al usuario, sino que le den la bienvenida, sea quien sea.
El paisajismo y el diseño de nuestras plazas no son solo una cuestión de poner árboles y adoquines bonitos. Es una cuestión de valores. Es decidir si queremos construir ciudades basadas en el miedo y el control, o ciudades basadas en la confianza, el cuidado y la hospitalidad.
Yo apuesto sin dudarlo por la segunda opción.
Me interesa muchísimo tu opinión sobre esto. ¿Te habías fijado en este tipo de mobiliario en tu ciudad? ¿Qué sientes cuando lo ves? ¿Crees que está justificado o que deberíamos exigir espacios más amables? ¡Empecemos el debate!




